jueves, 5 de agosto de 2010

PENSAR: ¿PARA QUE? LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA EN NUESTRA AMÉRICA

Ninguna evidencia contundente tenemos acerca del impacto del papel del intelectual en nuestra sociedad desde el paradigma de pensamiento euro-occidental vigente. Ningún aspecto que resalte la función del pensamiento en un mundo globalizado a merced de los grandes grupos económicos. Desde el paradigma tradicional de la filosofía como actividad profesional, la función del pensamiento se ejerce desde distintos campos, según intereses de promoción y continuidad de tradiciones de pensamiento tipificadas y establecidas, algo así como una actividad de culto y preservación de una historia de las ideas, ajena a todo hecho y acontecimiento real. De este modo, la filosofía como actividad de pensamiento en general, se encuentra en una situación en la que no se muestra con exactitud su tarea, su efecto, su poder sobre la realidad concreta de las comunidades en donde ella tiene lugar.

De otra parte, la única forma de filosofía capaz de involucrarse con la realidad inmediata, esto es, la filosofía crítica, para el paradigma de pensamiento euro-occidental vigente, no parece ser un aspecto destacado del cumplimiento de la responsabilidad que implica pensar. Por el contrario, se le considera un producto espurio, de baja categoría y relegado a las periferias pensantes, cuya función como pensadores serios es continuamente cuestionada. Siendo así, la filosofía sigue presentándose como una actividad cuya tarea es la de impedir la defunción de las grandes maestros de la filosofía: Platón, Aristóteles, San Agustín, etc., pensados siempre desde Europa y nunca interpretados desde una lectura ubicada en las coordenadas antropológicas y epistémicas de América Latina.

Las discusiones académicas acerca de categorías, nociones, entramados conceptuales, sentidos, etc., es una función perfectamente admitida en las academias, sin cuestionamiento alguno, siendo este el motor de publicaciones y congresos que reeditan las interpretaciones del pensamiento europeo. Esta es una filosofía sujeta a los sistemas propuestos por un macro poder que garantiza el ejercicio del pensamiento dentro de un determinado campo epistémico dominante, sin ningún impacto en cuanto a la función social o colectiva concreta del pensar. Siendo así, sostengo que la filosofía en América Latina y particularmente en Colombia, es una mera labor de élite erudita ajena a las situaciones concretas de los contextos sociales particulares. Dentro de este paradigma, todo aquello que intente trascenderlo es simplemente una actividad casi aberrante del filosofar: pensar críticamente es una tarea que tiene que ver con aspectos subjetivos, falta de tacto y hasta puede interpretarse como evidencia patológica, algún delirio, cuando no, como una línea de pensamiento con tintes de izquierda. No está de más decir que en mi caso particular no he leído a Marx y nunca he trabajo un pensamiento de ésta índole. Cosa que debería hacer en alguna oportunidad para releer a Marx en forma crítica.

Y no obstante, la misma labor académica conlleva en sí el fracaso de su conservación, el gorgojo interior que socava a la filosofía lo hace desde la médula hacia la periferia. La profunda insatisfacción del pensamiento establecido es evidente a todas luces. Un ejercicio intelectual que redunda en la acuciosa labor de interpretación, alejada del contexto social particular y asociada a las formas académicas de domesticación tradicional, genera un tipo de pensador frustrado que termina fosilizado en el sillón de escritorio de alguna escuela. En los casos más afortunados, esta actividad profesional produce profesores universitarios que atienden a una reflexión en tono de criba, acerca de los argumentos, esclarecimiento, ampliación, refutación y evidencia de aspectos problemáticos dentro del pensamiento de los grandes filósofos occidentales. Esta labor siempre se realiza desde una lectura comprometida axiológicamente con el eurocentrismo. El precio es alto, pues, los trabajos de estos académicos latinoamericanos nunca o pocas veces son citados por otros comentaristas pertenecientes a las universidades europeas o estadounidenses. Es como un monólogo que mantiene el sentido definitorio tradicional ejecutado por y desde Europa (incluye los universidades estadounidendes), que simplemente no atiende las voces que le hacen eco en otras latitudes y las cuales se ufanan, en su contexto propio, de ser seguidoras de un pensamiento serio, riguroso, propiamente filosófico que, no obstante, los mantiene en la periferia intelectual de su rendimiento y producción.

Con el tiempo, los profesionales en filosofía latinoamericanos se hacen expertos en temas específicos, reducidos a maestros de gabinete, soberbiamente inertes, alejados de la actividad efectiva del pensamiento vivo. Profesionales en filosofía ajenos a la labor de contextualización de la actividad pensante, a la tarea social del pensamiento como profesión, a la complacencia y el gozo generados por la verificabilidad de la transformación material efectuada por la labor filosófica. En este sentido, la frustración de la filosofía tradicional se manifiesta como insatisfacción ante la labor social del filósofo como pensador inserto en una circunstancia social dada.

Al interior del círculo filosófico los niveles de frustración, en cuanto al efectivo impacto de pensamiento más allá de la élite erudita local, son altos, debido a que el ejercicio del filósofo se asemeja al del antiguo rabí fariseo dedicado a la labor del culto. Una labor vaciada de significados profundos e inherentes al hecho mismo de estar en el mundo y de ser en la vida colectiva de una comunidad determinada. Tenemos así la famosa imagen del filósofo de gabinete que presupone un orden dado para poder pensar, en su nicho de abstracciones, aquello que es propio de la tradición filosófica occidental: argumentos, categorías, conceptos. La filosofía, así entendida, se considera una labor de preservación de los sacrosantos objetos de la tradición filosófica, ejercida por una selecta élite de pensadores nada originales, dedicados a la función exegética e interpretativa de la filosofía. De este modo el pensador de oficio es un erudito que se presenta a los demás como eminencia del saber teórico y abstracto, más no como filósofo.

La filosofía como oficio se ha reducido a la labor de preservación de doctrinas, ideas, culto de un saber ajeno a la realidad de las comunidades. Un oficio carente de anclaje con la realidad inmediata y su transformación. Es aquí donde los filósofos nos preguntamos, con urgencia y preocupación, ¿cuál es el papel del filósofo en la sociedad actual? En principio la formulación del interrogante sostiene un error de perspectiva, pues, no se puede saber qué sea aquello que llamamos “sociedad actual”. El carácter general de la filosofía como sistema, es decir, como respuesta sobre cuestiones generales, es algo que se ha hecho trizas con la crisis del paradigma occidental de pensamiento. La idea de totalidad, de generalidad, de resolución abstracta resulta una arrogancia y una pedantería en este tiempo. El desencanto de los sistemas y de las teorías que deseaban englobar la totalidad del ser en una respuesta sistemática es un fósil de la actitud filosófica tradicional, contra el cual luchan las raíces del nuevo árbol paradigmático que desea desarrollar ramas hacia campos no explorados del ser, del saber y del hacer. Este es el problema fundamental de los pensadores contemporáneos ¿Cómo salir del pasado de la filosofía monolítica generalizadora, para pasar a la filosofía fragmentada y contextualizada que nos exige el presente?

Volvemos sobre el interrogante ya que, una vez puesto sobre la mesa el hecho de fragmentación de la realidad y de la necesidad de contextualización del pensamiento, podemos nuevamente preguntarnos sobre el papel de la filosofía en nuestro tiempo y en nuestro nicho social. La pregunta quedaría, entonces, formulada en los siguientes términos: ¿Cuál es el papel de la filosofía en el tiempo presente en lugares académicos latinoamericanos? He aquí una veta interesante de trabajo, pues, ya hemos reducido el papel del filosofar en general al papel del filosofar en América Latina. Vamos a dar un paso más: en el programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México se ha promovido una nueva categoría para referirse a este continente: Nuestra América. La pregunta es: ¿qué hace la filosofía en Nuestra América? ¿Cuál es su función?

La pregunta conserva el grado de generalidad y abstracción que mantenía la primera, sin embargo, en esta última existe un aspecto positivo que se involucra en su formulación. Aludimos a un lugar concreto del planeta y una civilización determinada: la civilización nuestroamericana que es, a su vez, una sobre-construcción de civilizaciones y que conlleva un sentido particular en el contexto universal. Contextualizada de este modo, la pregunta hace referencia al papel del saber en una comunidad compleja, idiosincráticamente problemática y colonizada. La generalidad de la pregunta por la función del pensamiento se llena de un contenido material específico, geográfico. Con ello se ha insertado un aspecto positivo dentro de la abstracción general que tradicionalmente tendía a repeler las concreciones, aunque en un principio era lo concreto el motivo de la abstracción (como todos sabemos, Platón y Aristóteles no escribían pensando en todo el mundo sino en el país de la Hélade).

Volvemos sobre el asunto del papel de la filosofía en Nuestra América y, en principio, la tarea es larga. La filosofía no puede alejarse de un interrogante básico: pensar ¿para qué? El pensamiento es la gran lámpara, linterna y radar (ojo, oído y tacto) que permite clarificar el sentido del ser del hombre. Esta es una pregunta fundamental que provoca la emergencia de un complejo campo de respuestas, las cuales exigen la acción de pensamiento de cada uno de los que se sienten comprometidos con la cuestión. El campo de respuesta y responsabilidad que emerge con la pregunta no se totaliza, no puede presentarse como una fórmula, a lo Hegel, de la realidad y del devenir del espíritu de un pueblo. No puede determinarse a partir de la labor de gabinete de un grupo de intelectuales que resuelvan el programa del derrotero espiritual de Nuestra América. Este viejo paradigma de la labor del pensamiento profesional ya ha sido evidenciado como inoperante e ineficaz, promotor del establishment y de aquel pensamiento que se proyecta en su generalidad como necesario y suficiente, desatendiendo las particularidades y concreciones propias de la materialización de la vida y del pensamiento mismo.

Al haber sido revocado ese paradigma totalizador, o mejor, al estar ahora mismo cuestionado, surge la tarea enorme de responsabilizarse de la pregunta básica: pensar ¿para qué? Pero esta tarea no implica una definición de fórmulas, sino el compromiso del pensamiento por fuera de los campos tradicionales donde se ha ejecutado este ejercicio. Pensar es una necesidad general, esto es, es necesario que todos realicemos el ejercicio de pensar, incluyendo a quienes no se han dedicado profesionalmente a la filosofía. Al ampliar el radio de la tarea se facilita la resolución del interrogante, puesto que el profesional en filosofía no se atribuye el arrogante papel de arquitecto conceptual (Hegel), sino el papel del humilde guía, cuya habilidad profesional le ha de ayudar a pivotar las inquietudes de los colectivos concretos en los que él se inserte. La labor profesional del filósofo se desplaza desde la labor definitoria y abstracta del gabinete o el aula de clase, hacia la participación activa en la sociedad como promotor de actividades de pensamiento radical, quiero decir, fundamental, a partir de la pregunta básica: pensar ¿para qué?

Del papel de sacerdote que preserva las reliquias del pensamiento de una tradición filosófica, pasamos al profesional guía de la labor del pensamiento en nichos sociales concretos. Labor de criba de todos los conceptos tradicionales y de un re-pensamiento del sentido, función y valor de los horizontes teóricos de las comunidades que apunten de nuevo a la básico: la promoción de la vida en situaciones de calidad y mejoramiento, optimización del ser ahí en el contexto social determinado. Con esta tarea la labor sacerdotal del maestro en filosofía se quiebra y se fragmenta para dar paso a un pensador que atiende a lo mínimo, no a lo máximo. Un pensador que derruye el paradigma del saber como poder y de la ignorancia como incapacidad. La ignorancia se transforma en la condición básica de la colectividad porque al socavar todos los presupuestos y al replantear el valor y el sentido de lo tradicional, el trabajo del pensamiento participativo y colectivo comienza en ceros.

No es este empezar de ceros una labor exnihilo, como se pensaría desde el paradigma tradicional, sino de ceros en el sentido de una nueva proyección del significado de ser en una comunidad dada. No es exnihilo porque se cuenta con el arsenal teórico y conceptual de lo tradicional y con la historia de las ideas, sólo que ya no se opera con la mismas funciones porque de lo que se trata es de rehacer el valor y el sentido de lo tradicional, para evitar el dogma y la repetición domesticada de formulas descarnadas y alejadas de la realidad social en la que viven los hombres concretos.

Pensar ¿para qué? constituye el cuestionamiento básico de la empresa de refundación de la labor filosófica en Nuestra América, al tiempo que la responsabilidad que conlleva resolver el interrogante se amplía y se despliega sobre los individuos que configuran una colectividad dada. La respuesta apunta a una pluralidad, en la medida en que cada comunidad responde en forma concreta a esta inquietud. Al responderla no sólo se resuelve el papel de la filosofía y del pensamiento en una comunidad dada, sino que se abre el complejo espectro de pensar, derrotero y horizonte de la vida de los miembros de la comunidad. Con la pregunta básica: ¿pensar para qué? surge otra serie de preguntas que apuntan a determinar criterios con los que operar a nivel pedagógico (formativo), moral, ético, político, estético, poiético, científico.

Con este tipo de acciones que emprenden una revaloración del ejercicio del pensamiento y de la ubicación concreta del pensador en un contexto determinado, se superan las tradicionales fórmulas del pensar, del saber, del poder, en orden a una única inquietud: la vida real y efectiva de los miembros de una comunidad. Se rompe la tradicional relación del sabedor-no sabedor, que se han mantenido como la cara y la cruz de los procesos de saber, para remplazarla por la responsabilidad concreta de cada individuo respecto de la tarea de pensar. El sabedor da paso al guía, al orientador, pero no al capataz del saber que resuelve, como perito, determinadas situaciones; la labor de resolución es colectiva, participativa, dinámica y sin jerarquías de poder fundamentadas en el saber.

Superando el paradigma tradicional del ejercicio de la actividad del pensamiento, desbordando su función más allá del círculo de erudición de la academia tradicional, ampliando los márgenes del ejercicio de pensar y re-encauzando la función social del pensamiento hacia la responsabilidad comunitaria de auto-recrearse (en la actividad del pensamiento), podremos fundar nuevos modos de saber ser y saber hacer, o quizás, alcanzar grados de alteridad tan radicales respecto del paradigma tradicional, al punto de que ya no se quiera un saber sino un “no-saber” o un “de otro modo que saber” que permita mantener activo el vínculo fundamental vida-pensamiento, hoy en día perdido en el ejercicio mismo de la erudición académica tradicional.

Yecid Calderón Rodelo
Roma Norte, Ciudad de Mèxico, agosto de 2010.

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