jueves, 24 de junio de 2010

DOMINACIÓN O LA DOMESTICACIÓN DE LA POLÍTICA

Dominar es una palabra que significa ser señor de algo. El dominus es el señor del domus o sea de la casa. Quien es dominus es porque ejerce un poder total sobre la casa. La idea de dominio y dominación aunque suena más familiar para nosotros en latín que en griego, se ha construido sobre la idea griega del oikos o sea de la casa. El iokos griego era visto en la época clásica de la cultura helena como la parte más pequeña de la ciudad y por ende su elemento constitutivo. Una ciudad, una polis, o sea un Estado, estaba conformado básicamente por oikoi (plural griego de oikos) o sea casas de familia. Las casas de familia formaban clanes o aldeas pero éstas no alcanzaban el grado de autonomía que se daba en la ciudad, la cual, al unir todos los clanes a partir de la producción básica material o economía, podía elevar la vida de los ciudadanos (una élite) a un nivel de vida superior, la vida política, “la vida cumplida”, esto es, la vida del Estado propiamente dicha[1].

La vida del Estado era la vida de la libertad, pero en Grecia, para poder ser libre era necesario, antes que todo, ser señor del oikos, ser amo. Sólo los varones que tenían oikos perfectamente constituidos podían ser ciudadanos libres. La razón de ello estriba en que en el oikos había unos elementos mínimos que debían estar presentes para que se diera el oikos como tal. Tales elementos o partes eran: una esposa (libre por analogía con el esposo pero tan sólo en el ámbito doméstico), una prole (potencialmente libre pero aún sujeta al mando del padre) y unos esclavos que hacían las veces de instrumentos vivos, como un buey o una cabra (absolutamente enajenados de cualquier derecho)[2].

El amo o señor de la casa, el varón libre, se convertía en el término en el que confluían estas tres partes y del cual emanaba toda la dirección del oikos aunque la mujer tenía un papel análogo sobre los hijos y los esclavos pero delegado por su esposo. Así las cosas, el hombre libre era un verdadero amo, un verdadero dueño, un señor. Los romanos no se diferenciaron en mucho de esta estructura organizativa griega y de esa visión particularmente machista (no digo mala o buena) y hegemónica de la economía o de la vida doméstica que es lo mismo en sentido antiguo. Por eso en latín decir dominus significara decir dueño de su casa, en el sentido más absoluto de propiedad. Este ejercicio del dominus era el dominio, es decir, la propiedad absoluta que tenía el señor sobre su mujer y sus hijos. De ahí, también, que dominio se use ahora en sentido de propiedad.

Dominio, pues, quiere decir ser dueño total y absoluto en su casa. Disponer de su casa como le parezca y le convenga. Dominar significa que nadie está por encima de las decisiones y que el señor mismo, al señorear, no tiene que estar sometido a sus propias decisiones como si se tratara de un gobernante que gobierna obedeciendo en una buena democracia, sino de un gobernante que gobierna mandando autocráticamente, sin necesidad de caer por debajo de las directrices que él mismo determina para sus subalternos que son su esposa, sus hijos y sus esclavos. La diferencia entre lo doméstico y lo político consiste en el poder obedencial, esto es, un ámbito de la libertad en el que ningún sujeto está por fuera de la decisión política establecida por el consenso desde la diferencia, de tal modo que el que manda ha de mandar obedeciendo[3], mientras que en lo doméstico, el que manda ha de mandar, como ya hemos dicho, con total autoridad, es decir, como despotes[4] (déspota).

También de la palabra dominus y domus se deriva el adjetivo doméstico, que es como decir, económico. Lo doméstico o económico hace referencia a las disposiciones que el señor establece para el buen funcionamiento de la casa[5]. Por ello él determinaba las conductas de quienes estaban bajo su tutela: señalaba el modo de comportamiento de todos aquellos que estaban a su disposición, domesticaba, enseñaba a comportarse de un determinado modo. Esta domesticación, claro está, también venía dada por los paradigmas de comportamiento social establecidos por la comunidad en la que se hallaban, o sea, la polis griega.

Con el tiempo la palabra domesticar y doméstico la hemos dejado sólo para aplicarla a los llamados instrumentos vivos de la casa, es decir, los animales de la casa, los animales domésticos que, perdonen la redundancia, han sido domesticados. Pero con el tiempo también hemos descubierto que la domesticación del hombre sobre el otro hombre se ejerce con disimulo a través de lo que se llaman “formación” mediante una razón pedagógica de adoctrinamiento, amaestramiento (servirse de un maestro que determina el modo de conducta de manera ejemplar y sin creatividad alguna impidiendo la exploración genuina de las expresiones individuales) en particular en los aspectos políticos.

La política se ha convertido en la época Moderna en una domesticación, puesto que los Estados se han convertido más en organismos de control, regulación y fiscalización de los individuos, mediante políticas de seguridad nacional que garantizan una conducta homogénea en la población a través de la inseminación del miedo, así como a la mera organización y distribución de la riqueza, al enviar las grandes excedencias de capital hacia arriba, es decir, hacia las élites que desean continuar detentándola. La política, entendida como el campo o emplazamiento en donde se ejerce y se pone en juego la libertad de los ciudadanos, es algo desconocido hoy en día. Lo que nos hace pensar que si un griego de la época clásica fuera traído en el tiempo hasta alguno de los Estados modernos, éste quedaría perplejo frente a la iokonomización de la política, es decir, frente a la domesticación de lo político o el remplazo de lo político por lo doméstico.

Este griego preguntaría por el ágora (la plaza pública, el lugar público) donde se pasan los hombres libres la mayor parte del tiempo (que de por sí es tiempo libre, por eso decían los griegos ser hombre es ser libre) empeñados en pensar lo político, es decir, en conocer la razón de ser de una vida colectivamente buena y en poder efectuarla para beneficio de ellos mismos como ciudadanos que eran. Preguntará por ese espacio en que se debatía y se ponía en juego la libertad a partir de un uso, quizás, un poco acentuado de la razón, pero al fin de cuentas, abierto a la pequeña pluralidad de esos pocos hombres libres de la polis griega, pluralidad de pensamiento y diferencia en el sentir político que activaba el acuerdo dialógico y toda su habilidad creativa, su capacidad de pensamiento propositivo en cuanto a lo político para poder acordar entre iguales y gobernar como iguales.

Pero el griego que decimos no encontrará ese espacio por ninguna parte del planeta, menos aún, en una democracia como la colombiana. Vería a un amo enseñoreado sobre su esposa, la institucionalidad estatal, o sea los ministros y los distintos poderes derivados que emanan de su poder ejecutivo, así como los organismos que conforman el legislativo y el judicial. Un señor que trata con mano firme a sus hijos, esto es, a las élites y la oligarquía, domesticándolos según su propia visión de lo conveniente y lo inconveniente, tratándolos como potencialmente libres en un futuro, como libre ahora es la familia Santos que el 20 de junio obtuvo la mayoría de edad y su propia casa (de Nariño). Así mismo, trata con severidad a sus esclavos o siervos que vendrían a ser las clases medias y la clase baja de la nación colombiana. Y como hasta en el grupo de los esclavos hay jerarquías, los esclavos capataces (las clases medias) se consideran unos privilegiados a los ojos del amo, quien les permite enseñorearse sobre las clases bajas, pero todos, sin excepción, conformando un sector productivo sometido tanto como sometida está la yunta a su labrador por más que le dé buena sal y la mantenga bien cebada, el asunto es que produzca y rinda bajo el lema “trabajar, trabajar y trabajar”.

Nuestro personaje imaginario, el griego, quedaría sorprendidísimo al ver cuánta eficacia de dominio ejerce un amo tan poderoso sobre su domus, pues, su casa no es sólo una finquita de 2.000 hectáreas como “El Úberrimo” cerca a Montería, ni la casita de “San José” de escasas 23 hectáreas, sino todo un inmenso territorio que va de Punta Gallinas en la Guajira hasta la quebrada San Antonio en la Amazonía. El griego se sorprenderá que este hombrecito tenga bajo control, buena domesticación y excelente amaestramiento a tantos millones de personas.

Pero lo que sí tendría claro el griego es que el mundo en realidad no ha cambiado radicalmente y que así como el esclavo griego, según la definición aquella de Aristóteles, era un siervo por naturaleza puesto que no era apto para tomar las riendas de su propio destino[6], —definición que curiosamente Juan Ginés de Sepúlveda y otros tanto dieron del indio americano en el siglo XVI y que al parecer caló en el subconsciente del pueblo colombiano— así mismo el esclavo actual es torpe en cuanto a que permite su sujeción a un amo por mera conveniencia básica y falta de dignidad (es decir falta de conciencia de su valor como hombre libre).

Siendo así, para el griego imaginario que testimoniara la situación política de Colombia, el esclavo actual existiría bajo las mismas condiciones que el esclavo antiguo, sólo que multiplicado. Comprendería que aunque se hubiesen cuantificado, a tal extremo, estos esclavos son los mismos tipos sin la capacidad de autogobernarse y de hacer de su vida una vida autónoma, buena y con control sobre su tiempo libre como los de antaño. Creerá que los esclavos se han multiplicado por millones y que la raza de los hombres libres ocupan unos cuantos cargos. Creerá que la domesticación es la misma, pues, los actuales esclavos, como buenas yuntas, hacen que la economía funcione para los señores desde los distintos niveles de la producción (el venido a rico clasemediero alto y el obrero que le maquila) mientras los señores adoptan una actitud de enseñoramiento y superioridad favorecido por los analogados de amestramiento social como la familia, la escuela y la oficina de trabajo.

Así las cosas, nuestro gran dominus junto a otros, disfruta de las rentables políticas neoliberales que apuntala a su familia y a la de sus favorecidos en el cuadro de los ricos del país, como es típico en estas colonias del sur. Ahora que termina su gobierno directo seguirá promoviendo su política autárquica de la que no creo que Santos se libre o se quiera librar, pues, este vástago del uribismo tiene claras intenciones de “unidad nacional”, es decir, socavar el principio político de lo que Rancière llama “el dos de la política”[7], esto es la participación/partición del plano político según los intereses heterogéneos de los ciudadanos libres.

Uribe, el gran dominus, estará al margen pero interfiriendo la política favorecido por su millonaria pensión vitalicia —que a lo mejor será doble porque como gobernó por dos períodos— desde un buró en alguna mansión de la nación o desde su yate de vacaciones en algún soleado y plácido mar del planeta, eso sí conectado a internet dirigiendo su “uribersidad” para mantener una producción domesticada de profesionales virtualmente entrenados. A todo esto se le llama, en términos modernos, tener buena estrategia de dominación y haber convertido la política en un mero asunto doméstico, aunque el griego imaginario aquel del que hablamos no le quepa en la cabeza en qué sentido tal dominio es un producto estratégico porque el único arte de la estrategia que conocieron los griegos fue el de la guerra, supuesta la comunidad política como surgida por la fragilidad humana y no por el interés egoísta y calculado de unos cuantos lobos.

La estrategia en Grecia antigua era practicada exclusivamente en la guerra protagonizada y llevada a cabo sólo por los hombres libres o combatientes, no como hoy, que es llevada a cabo por jóvenes colombianos tristemente excluidos de la educación, sin futuro, enajenados a cualquier posibilidad de vida que garantice su plena realización como sujetos de la comunidad política, esto es, excluidos de la riqueza material mínima. Paradojas, pues, de la historia política de los pueblos que no quieren transformarla porque la ven como un destino, dejando que la vida pase, sujeta a una domesticación mezquina y cruel, que desconoce lo político y lo proyecta como mera administración de la gran finca que es nuestro territorio nacional.

Yecid Calderón Rodelo

Tlatelolco, Ciudad de México, 24 de junio de 2010.

[1] ARISTÓTELES: Pol., 1252 b, 30.
[2] ARISTÓTELES: Pol., 1253 b, 6 y ss: “la familia completa se compone de esclavos y libres (...) los primeros y más simples elementos de la familia son el señor y el esclavo, el marido y la mujer, el padre y los hijos¨
[3] DUSSEL: 20 Tesis de política, Ed., siglo XXI, 2ª edición 2006, México. “La política consiste en tener ´cada mañana un oído de discípulo´, para que los que mandan ´manden obedeciendo´. El ejercicio delegado del poder obedencial es una vocación a la se convoca a la juventud (…)”, p., 8.
[4] AGAMBEN: El reino y la gloria, una genealogía teológica de lo económico y del gobierno, Ed., Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2008, p., 41.
[5] Ibid.
[6] ARISTÓTELES, Pol., 1254 a, 16 y ss “De lo anterior resulta claro cuál es la naturaleza del esclavo y cuál es su capacidad. El que, siendo hombre no es por naturaleza de sí mismo, sino de otro, éste es el esclavo por naturaleza” El tema de la autonomía no se deslinda con claridad pero en un largo pasaje inmediato a l esta cita demuestra que el esclavo sólo participa de la razón pero no la ejerce, esto es, piensa pero no razona.
[7] RANCIЀRE: Los bordes de lo político, ed., La Cebra, Buenos Aires, 2007, p., 88.

No hay comentarios:

Publicar un comentario